La felicidad de decir NO

La semana pasada fue mi última en el trabajo. Presenté mi renuncia irrevocable hace casi 15 días por motivos “estrictamente personales”. El principal: hacer el servicio social, pues no estoy titulada y ya pasaron 8 años desde que cumplí el 100% de mis créditos en la universidad y ya es momento de terminar y obtener la cédula (bastante tarde por cierto). El resto de los motivos de mi renuncia están estrechamente relacionados con la forma de trabajo vs mi vida.

“El mundo de la publicidad es una mierda, es lo peor en lo que he trabajado. Me parece lo peor para un diseñador, es prostitución. ¡No hay nada de útil, ni de provecho en ello!” me dijo una amiga, ex compañera de trabajo, mientras me felicitaba por tomar la decisión de renunciar.

La verdad, a mí no me parece tan malo, el único problema que yo le veo es que nadie sabe decir NO.

Debo hacer una aclaración: hablare por mí y sólo por mí, y sólo con respecto a mi experiencia en esta agencia.

Recuerdo que cuando me entrevistaron me especificaron que era un trabajo muy pesado, y me prometieron que iba aprender mucho y que nunca me iba aburrir. No me engañaron, lo cumplieron perfectamente.

La cuestión es que como una vez alguien me dijo: “uno siempre piensa en la cosas positivas cuando idealiza algo o a alguien, y nunca en las negativas” y si, uno nunca piensa…; todo en este mundo es un ying yang, todo necesita un determinado equilibrio, porque sino nomas no jala, no funciona correctamente. En este  caso, he tenido grandes proyectos, presupuestos casi ilimitados, mucha libertad creativa, he aprendido ¡ufff!; años luz de la diseñadora que era hace dos años que entré, he conocido muchísima gente de todo tipo, unas menos valiosas que otras (hablando de valor humano), y todos ellos han dejado aprendizaje en mí. Lo malo es el abuso, los horarios, el estrés, la carga de trabajo, y todo lo que deriva de estos factores.

Yo creo, que todo en la vida, y como diría Cesar Millán “el encantador de perros”, necesita límites y lineamientos. La forma de trabajar en la mayoría de los despachos y agencias de diseño en México es…irregular, por llamarlo de una forma amable. Las jornadas de trabajo no son nada tradicionales, hay hora de entrada pero nunca de salida, el estrés y los proyectos se acumular por montones; y la comida, el esparcimiento y el sueño son lujos a los que al parecer los diseñadores no tenemos derecho. Y lo peor es que a todos nos parece normal, es algo ya establecido desde los siglos de los siglos; nadie lo cuestiona, a nadie le parece mal. He escuchado a muuuuuuuchos diseñadores que me dicen “así es este trabajo, es lo que sé hacer y me gusta, además es un buen sueldo, estoy aprendiendo mucho y finalmente es lo que quiero, lo estoy disfrutando”.

La verdad no dudo que lo estén disfrutando, yo también lo disfrute mucho, no me pesaba quedarme días enteros con sus noches (bueno a veces si me pesaba, pero cuando el proyecto no me gustaba del todo o no me convencía lo que estaba haciendo).

Después de analizarlo un poco, he llegado a pensarlo en mí como un vicio, más allá de ser una workaholic, creo que esta especie de masoquismo va un grado más arriba. Aún no logro comprender en qué momento te envuelve el medio y terminas amando tu tortura. No logro descifrar cómo es que alguien decide renunciar a su vida personal…a su vida completa en sí.

Sólo sé que un día desperté y me di cuenta que ya era el años 2013, creo que casi llegábamos a la mitad y yo seguí sin titularme. Haciendo cuentas hace cerca de 13 años que inicie la carrera y 8 y algo más que la terminé…mmm…bueno me apuro que tengo que ir a trabajar y tengo mil pendientes. Mientras me bañaba refunfuñaba sobre como la vendedora lerda no es capaz de decir basta a la lista de cambios que el cliente “x” le hace al proyecto y ni siquiera lo ha vendido, dice que sí, pero no hay anticipo y tiene ocupado a uno de los diseñadores casi al 100% con estos cambios, hay 5 proyectos más y no podemos avanzar. El jefe me va empezar a regañar porque no “hemos” (entiéndase yo) entregado nada y las fechas ya se cumplieron. Y me visto y busco que desayunar, ¡no hay nada! (no he podido ir al super). Encuentro unos choco roles y caliento una taza de agua en el micro y agrego café instantáneo, me siento a “desayunar” (por cierto, ya con dolor de estomago) entre un montón de papeles amontonados en la mesa que ni siquiera recuerdo de que son y pelo de Fabiana en el taburete (¿hace cuanto no aspiro, no trapeo, no barro? ¡a qué hora! me digo). Me voy a la oficina pensando ¿qué demonios estoy haciendo?

Entonces escucho la voz de Rich diciéndome: ¿ya sacaste tu sueldo por hora de trabajo?.

Pasaron varios días, si no es que semanas cuando saque esa cuenta. ¡NO MAMAR! Qué mierda de sueldo es este… L. Es hora de hacer la lista de pros y contras. Bueno ya saben el resultado, no favoreció a la empresa. Así que me dije si me voy a matar que sea por algo mío, es hora de probar la felicidad de decir NO.

Siempre pongo imagencitas en fb sobre ser valiente, respetarse a uno mismo, ser libre, responsable y feliz (si, en ese orden) y demás bonitos conceptos de auto superación. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho.

Renunciar fue fácil. Pero me siento como si hubiera entrado a rehab. Sí, así como lo escuchan, me quitaron el vicio y la red de seguridad. Lo que me lleva a recordar el término “zona de confort” tan ampliamente utilizado en la actualidad.

Salir de la zona de confort, y más aún cuando no se es consciente de ella es !uff!. Difícil, pesado, complicado, son adjetivos que no alcanzan a describirlo. Lo bueno es, como me dijeron hoy, que ya di el primer paso.

No pretendo ser la inspiración de nadie, pero si en este blog cabe un mensaje, un consejo en este momento es: prueben la felicidad de decir NO. Digan no a todo lo que no quieren, a todo lo que no les gusta, a lo que los hace sufrir, a lo que los hace pasarla mal, a lo que les duele, a todo lo malo que pueda haber en su vida, digan NO.

No voy a decir que no pasa nada, porque si pasa y mucho. La libertad conlleva una responsabilidad directamente proporcional. Pero todo esto pesa mucho menos que mantenerte en una zona de confort que te va matando lentamente.

Y hoy, a mis casi 32 años puedo decir que decir NO, es la mejor de las decisiones que he tomado. Y aunque muero de miedo y me siento como perrito sin dueño o como recién llegada del pueblo a la ciudad, despierto más tranquila todos los días sabiendo que tengo una nueva oportunidad de ser feliz. Muy a tiempo.

2 comentarios en «La felicidad de decir NO»

  1. Diana

    Yo llevo 2 meses que me liquidaron de un trabajo, estos dos meses han sido excelentes para mi, yo ya venia haciendo unos negocios online y en estos meses he avanzado mucho, sé que pronto voy a tener esa libertad financiera soñada. Muchos saludos

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